La economía circular y solidaria: una nueva vida para los territorios en un mundo globalizado
Descubra cómo la economía circular y la economía social y solidaria están transformando nuestros territorios fortaleciendo su resiliencia, al tiempo que reducen la dependencia de la globalización. Una estrategia sostenible para el futuro.
VEILLE ECONOMIQUE
LYDIE GOYENETCHE
11/2/202412 min leer


¿Te acuerdas? Cuando eras niño o niña, quizá te sentabas en silencio en un rincón, con una hoja de papel entre las manos, concentrado, imaginando un corazón, unas flores, o simplemente un sol feliz. No sabías dibujar bien, pero no importaba. Dibujabas para tu madre. Porque se acercaba su día, y eso era lo que tenías para ofrecer. Lo hiciste con tus colores más vivos, con tus trazos más sinceros. Lo firmaste con tu nombre, grande y orgulloso.
Cuando se lo diste, ella no preguntó si era perfecto. Ni cuánto habías tardado. Ni si el dibujo era útil. Lo miró, lo sostuvo con ternura, y luego te miró a ti. Su sonrisa se posó sobre ti como el sol de primavera sobre la tierra mojada. En ese momento, supiste que dar algo de ti, sin cálculo, sin condiciones, podía llenar el mundo de luz.
Pero creciste.
Te volviste autónomo, responsable, eficaz. Aprendiste a pensar, a comparar, a negociar. Aprendiste a medir el valor de las cosas con números. Te dijeron que el tiempo es oro. Que hay que producir más, más rápido, más barato. Que hay que competir. Que no puedes regalar lo que cuesta, ni confiar en la buena voluntad. Que la vida real no funciona con dibujos, sino con contratos, márgenes, beneficios y costes.
Y sin darte cuenta, aquella espontaneidad que te impulsaba a compartir sin reservas se fue haciendo pequeña. Fue reemplazada por el sentido crítico, por la lógica, por la rentabilidad. Lo que era natural —dar, cuidar, reparar, acompañar— se volvió excepcional. Y lo que antes era absurdo —tirar, desperdiciar, contaminar— se volvió cotidiano.
No fue tu culpa. Nadie lo quiso así. Pero el mundo, poco a poco, se organizó en torno a otra lógica: la de lo inmediato, lo externo, lo desechable.
¿Qué es la economía circular y solidaria?
— Una reflexión necesaria entre mar, infancia y territorios vivos
¿Te has paseado alguna vez por el puerto de pesca de Donosti, al amanecer? Las barcas regresan tras largas horas en alta mar. Algunas han tenido suerte, otras no tanto. Se descargan cajas llenas de pescado, pero no todo servirá. Muchos ejemplares, aunque perfectamente comestibles, no cumplen con los estándares comerciales o estéticos y acabarán desechados, muertos en vano. Más tarde, al entrar en un supermercado, te encuentras con ese rincón impecable de pescadería, donde cada pieza parece de escaparate. Pero… ¿te has preguntado cuántos peces se han tirado a la basura sólo para que ese lineal parezca apetecible a ojos del cliente?
Este modelo no es neutro. No lo es para el ecosistema marino, ni para los pequeños pescadores, ni para el equilibrio alimentario. Estamos consumiendo lo visible, lo rentable y lo inmediato, al precio de una ceguera profunda sobre lo que se pierde cada día.
Lo mismo sucede en tierra firme. En ciertos hogares, internados o centros para adolescentes, la comida se sirve con buena intención, pero se rechaza por rutina. “No me gusta”, “esto está raro”… El plato queda intacto. Luego, se lanzan sin medida a por yogures, queso rallado o crema de cacao. Al final, lo preparado va a la basura, mientras la inflación hace temblar el presupuesto de las familias y estructuras sociales.
Este desperdicio, silencioso pero constante, no es una fatalidad. Es el resultado de una organización económica que fragmenta, separa, desvaloriza. Y es precisamente contra esta lógica que la economía circular y la economía social y solidaria se levantan como respuestas concretas, estructurales y profundamente humanas.
Donosti, el mar, los datos… y el peso invisible de lo que no se ve
En Donostia, todo parece limpio. El aire del Cantábrico, los bares con sus terrazas cuidadas, las fachadas que miran al Kursaal. Pero bajo esa belleza, hay un flujo silencioso que contamina sin dejar huella visible. No son los coches ni las fábricas. Son los datos.
¿Sabías que enviar un solo correo electrónico con un archivo adjunto de 1 MB genera entre 10 y 50 gramos de CO₂? Parece poco… hasta que lo multiplicas por los 306 mil millones de e-mails enviados cada día en el mundo (Statista, 2024). Eso representa cerca de 1 millón de toneladas de CO₂ diarias: más que todo el tráfico aéreo diario entre Madrid y París.
Y Donostia no escapa a eso. Las empresas locales, los hoteles de lujo, las instituciones, las startups turísticas… todas usan servicios en la nube sin tener conciencia del impacto de lo que no se ve. Cada página web mal optimizada, cada imagen demasiado pesada en un portal de reservas, cada campaña de mailing masivo que nadie lee, consume energía almacenada en data centers situados fuera del País Vasco, pero cuya huella afecta globalmente.
🔌 Según el informe de The Shift Project (2023), el sector digital representa ya más del 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, y crece un 9% anual. La mayoría de estas emisiones provienen del streaming, de los correos inútiles, del almacenamiento en la nube y del diseño web no sostenible.
Y mientras tanto, seguimos diseñando sin pensar. Sitios web duplicados. Contenidos automáticos. Campañas dirigidas a usuarios inexistentes. Hemos trasladado la lógica de consumo masivo y desperdicio al mundo digital, como si fuera neutro, como si fuera limpio.
Un pescador solo en su barca a las 5 de la mañana
Al final, lo ves claro. Toda esa lógica de ser rentable, productivo, competitivo, rápido… no es tan lógica como nos hicieron creer. Ni es óptima. Ni es humana.
Imagínate a un pescador en Donostia, solo en su barca a las cinco de la mañana, con el viento cortándole la cara y las manos aún dormidas por el frío del metal húmedo. Lleva años saliendo así. Sabe dónde están los bancos, cómo respira el mar, qué redes usar. Pero esta mañana, algo le pesa más que la red: una pregunta silenciosa que viene golpeando desde hace tiempo.
“¿Realmente esto tiene sentido?”
Sabe que no compite con otros pescadores, sino con barcos industriales a 400 millas de aquí. Que el precio lo fijan los algoritmos del mercado global. Que venderá por céntimos algo que ha costado horas, gasoil, insomnio, riesgo. Y que si no lo vende todo, lo congelarán, lo desecharán o lo devolverán al mar ya muerto.
Según datos del Ministerio de Agricultura español (2023), más del 35% del pescado capturado en el litoral cantábrico se desecha o se infravalora en la cadena comercial. A nivel mundial, la FAO estima que el 30% del pescado se pierde entre la captura y el consumo final. Un sistema ineficiente, lineal y profundamente desgastante.
El pescador lo sabe: la rentabilidad que le exigen no considera el tiempo invertido, ni el combustible, ni el desgaste físico, ni la salud emocional, ni la huella ecológica. Solo cuenta el número de kilos entregados y su precio al por mayor.
Y esa lógica de optimización forzada no es solo suya. También es la del freelance que debe enviar cien propuestas para conseguir una llamada. O la del agricultor que trabaja 80 horas semanales para ganar lo justo. O la de la enfermera que termina su turno sin haber comido. Todos atrapados en una idea de productividad que consume más de lo que devuelve.
Según un estudio de la OCDE (2022), el 60% de los trabajadores europeos declara sentirse agotado o desconectado de su tarea. Y en el caso de los trabajadores autónomos, el 72% afirma que su nivel de carga administrativa y comercial no es sostenible a largo plazo.
¿De qué sirve todo esto si el sistema mismo desgasta a quienes lo sostienen? ¿Qué sentido tiene optimizar procesos si nos lleva a vaciar el sentido de lo que hacemos?
El pescador vuelve a tierra, con la barca medio llena y el alma medio vacía. Y mientras amarra su red, se dice a sí mismo —aunque nadie lo escuche— que tiene que haber otra manera.
¿Qué es realmente la economía circular?
Entre recursos finitos y sentido regenerativo
La economía circular no es una moda. Es una necesidad estructural. Porque el modelo actual, lineal y extractivista, ha llegado a su límite. Desde la Revolución Industrial, hemos funcionado bajo un esquema simple: extraer – producir – consumir – desechar. Pero el planeta, las comunidades, los cuerpos, no pueden más. Y lo que parecía progreso se está convirtiendo en agotamiento estructural.
La economía circular propone romper con esa lógica lineal. Y lo hace con una idea muy simple en apariencia, pero profundamente transformadora: todo lo que entra en el sistema económico debe ser pensado para permanecer útil, circular, y regenerativo durante el mayor tiempo posible.
El ciclo antes que la línea: principios fundamentales
La economía circular se sostiene sobre una ruptura profunda con la lógica lineal que ha dominado los sistemas de producción desde la industrialización. En lugar de seguir extrayendo, fabricando, consumiendo y desechando, propone una visión regenerativa en la que cada recurso mantiene su valor durante el mayor tiempo posible dentro del sistema. No se trata solo de reciclar, como muchos aún piensan, sino de rediseñar el conjunto del ciclo de vida de los productos, de los servicios, de los materiales y, en última instancia, de nuestra propia relación con la materia y con el tiempo.
En el corazón de este enfoque se encuentra la noción de ciclo, de bucle, de retorno constante. Un objeto no es simplemente algo que usamos hasta que se rompe o pasa de moda: es un eslabón dentro de una cadena más amplia, interdependiente, donde cada fase puede ser pensada para minimizar la pérdida, maximizar el uso y preservar el valor. Esta visión implica repensar la forma en que diseñamos, fabricamos, distribuimos y revalorizamos los bienes. Se trata de prolongar la durabilidad, de facilitar la reparabilidad, de reducir la obsolescencia técnica y emocional, de fomentar la reutilización, de optimizar la eficiencia material desde la primera concepción del producto.
El ecodiseño se convierte así en una herramienta clave: no basta con producir menos residuos al final del proceso si seguimos fabricando objetos imposibles de reparar, con materiales mezclados e irrecuperables. Diseñar para la circularidad significa elegir materiales reciclables, prever sistemas de desmontaje, anticipar los futuros usos o reconversiones del objeto. Significa también sustituir la lógica de posesión por la lógica de uso, creando servicios de alquiler, de mantenimiento, de retorno, que mantengan el objeto en circulación activa.
La economía circular también implica una transformación profunda de los modelos logísticos y de distribución. En lugar de transportar mercancías desde continentes lejanos y de depender de cadenas lineales largas y frágiles, se propone acortar los circuitos, relocalizar parte de la producción, favorecer los ecosistemas territoriales. Las sinergias industriales permiten, por ejemplo, que los residuos de una actividad se conviertan en materia prima para otra. Es lo que se conoce como simbiosis industrial, un concepto fundamental que articula economía circular con eficiencia energética y cooperación empresarial.
Más allá de la dimensión técnica, el paradigma circular plantea una cuestión ética y cultural: ¿cómo valoramos lo que usamos? ¿Qué nos lleva a desechar objetos que aún funcionan? ¿Por qué seguimos diseñando bienes que caducan en pocos meses, cuando podríamos crear soluciones pensadas para durar, para ser compartidas, para volver a entrar en la cadena productiva?
El enfoque circular requiere una economía más sobria, pero también más inteligente. Una economía capaz de anticipar los impactos, de medir los flujos, de reducir la entropía del sistema. La trazabilidad de los materiales, la eficiencia en la transformación, la gestión selectiva de residuos, la economía del compartir, el reaprovechamiento energético, la valorización de subproductos… todos estos elementos forman parte del mismo campo semántico y operacional que define la circularidad como un sistema abierto, pero coherente, con límites ecológicos claros y objetivos sociales explícitos.
Reemplazar la línea por el ciclo no es solamente un cambio de forma. Es una manera radicalmente distinta de entender el progreso. Ya no como acumulación, sino como mantenimiento. Ya no como velocidad, sino como permanencia. Ya no como expansión, sino como equilibrio.
Para una web sostenible
En el ámbito digital, aplicar los principios de la economía circular significa también asumir una responsabilidad sobre lo que publicamos, almacenamos y dejamos en línea sin utilidad alguna. No se trata únicamente de reducir el peso de las imágenes o mejorar la velocidad de carga: se trata de repensar radicalmente el ciclo de vida de los contenidos digitales.
Diseñar un sitio web sostenible implica, por ejemplo, renunciar a archivar todas las newsletters antiguas que no aportan valor a las búsquedas actuales de los usuarios. Implica también no mantener secciones con un histórico de eventos que se remontan a más de diez años, únicamente para dar una impresión de trayectoria o solidez institucional, sin preguntarse si eso responde de verdad a las necesidades informativas de quienes nos visitan.
Este tipo de archivos obsoletos no solo generan contaminación informativa y consumo energético innecesario, sino que además dificultan el acceso a los contenidos útiles, ralentizan el sitio y confunden al visitante. La lógica circular en el entorno web exige auditar regularmente las páginas no leídas, no visitadas, o que no generan interacción significativa, para transformarlas, fusionarlas, o sencillamente eliminarlas. No se trata de borrar memoria, sino de reorganizarla para servir mejor el presente.
Desde esta perspectiva, el diseño digital deja de ser una mera acumulación de capas de contenido para convertirse en un sistema vivo, ágil y orientado a la función. El contenido digital, como cualquier otro recurso, debe circular, adaptarse, regenerarse o desaparecer si ya no aporta. No todo merece ser conservado indefinidamente, y no todo es útil por el simple hecho de existir.
La actualización del algoritmo de Google en 2025 refuerza esta visión: el motor de búsqueda valora ahora más que nunca la pertinencia contextual, la actualización efectiva, la utilidad demostrada del contenido y su capacidad para responder de forma clara y estructurada a una intención de búsqueda real. Google prioriza los sitios que participan de la inteligencia colectiva, es decir, aquellos que no se limitan a emitir, sino que escuchan, observan, ajustan y aportan valor desde su competencia específica.
En definitiva, aplicar la economía circular al diseño de una estrategia web es un acto de coherencia. No se trata de producir por producir, ni de exhibir por imagen, sino de pensar el contenido como un servicio vivo, cuya razón de ser está en el encuentro entre una necesidad real y una aportación cualificada. La sobriedad digital, lejos de ser una limitación, es una oportunidad para clarificar el mensaje, optimizar el référencement y reforzar la utilidad social del conocimiento.
Ejemplos valiosos:
En Euskadi, y particularmente en Gipuzkoa, la economía circular no es una utopía ni un concepto académico, sino una realidad encarnada por numerosos actores locales que trabajan cada día para cerrar los ciclos, generar empleo y reforzar la autonomía territorial. Son pequeñas cooperativas, asociaciones de barrio, plataformas digitales o centros de innovación que, desde lo cotidiano, transforman el sistema productivo sin hacer ruido. Actúan desde la proximidad, pero con una visión estructural.
Uno de los ejemplos más consolidados es Koopera, una red de empresas de inserción vinculada a Cáritas, presente en toda la Comunidad Autónoma Vasca. En Donostia, sus centros recogen, clasifican, reacondicionan y revenden ropa usada, electrodomésticos, libros y otros objetos, integrando al mismo tiempo a personas en riesgo de exclusión sociolaboral. Solo en 2023, Koopera gestionó más de 16.000 toneladas de residuos textiles, creando más de 800 empleos verdes inclusivos en el Estado, muchos de ellos en el País Vasco. En lugar de desechar, Koopera da segunda vida a los objetos y primera oportunidad a las personas.
Otro referente es Emaús Fundación Social, que trabaja desde Donostia con un enfoque sistémico, combinando la recogida y tratamiento de residuos con la educación ambiental, la economía del bien común y la formación profesional para colectivos vulnerables. Su tienda “Second Hand” y sus proyectos de economía circular son parte de una red que revaloriza lo marginal y repara lo que parecía perdido.
En el sector agroalimentario, EHKOlektiboa es una plataforma de productores agroecológicos del País Vasco que impulsa el consumo responsable, la venta directa, la soberanía alimentaria y el compostaje local. No se trata solo de producir sin pesticidas, sino de cerrar el ciclo entre el campo y la ciudad, entre el residuo y la fertilidad, entre el productor y el consumidor.
En el ámbito de la tecnología y el conocimiento, el proyecto Kimu Bat, impulsado desde Hernani, promueve la innovación circular en sectores industriales, trabajando con empresas locales para reducir su huella ecológica mediante el ecodiseño, la reparación y la simbiosis industrial. Aquí, la economía circular deja de ser cosa de residuos domésticos para convertirse en una estrategia empresarial avanzada, ligada a la competitividad territorial.
Incluso en lo digital, están surgiendo iniciativas que abogan por la sobriedad tecnológica, como arrapitz.eus, una plataforma que pone en valor productos ecológicos, locales y éticos, conectando pequeños productores con consumidores conscientes, sin intermediarios ni estructuras técnicas pesadas. Es un modelo digital ligero, útil, vinculado al territorio y comprometido con una economía relacional.
Todos estos actores tienen algo en común: no se limitan a gestionar residuos, sino que rehacen vínculos. Vinculan personas, recursos, conocimientos y emociones. Su acción no consiste solo en alargar la vida de los objetos, sino también en ensanchar el sentido del trabajo, de la producción, del consumo y de la pertenencia a un lugar.