¿Por qué entender mal las necesidades humanas puede costarte millones? De Coca-Cola a J.C. Penney
¿Tu web atrae visitas pero no clientes? Descubre por qué entender mal las necesidades humanas puede costarte millones (y oportunidades reales). Entender las necesidades de tus clientes tiene que estar visto en tu web.
VEILLE MARKETINGMARKETING
Lydie GOYENETCHE
7/24/20244 min leer


Por qué entender mal las necesidades puede costarte millones (y tu dignidad)
De Coca-Cola a J.C. Penney
En la sala acristalada del piso 10, Luis apenas pestañea. Hace calor, aunque el aire acondicionado zumba sin descanso. Del otro lado de la mesa, el CEO acaba de hacer la pregunta que nadie quiere oír: “¿Cómo es posible que hayamos invertido tanto en inbound y tengamos tan pocos leads útiles?”. Nadie contesta. El nuevo CRM está funcionando. El tráfico web se ha triplicado desde el rediseño. Pero las oportunidades reales, las que terminan en ventas, siguen sin aparecer. Luis aprieta los labios. Sabe que algo no cuadra, y lo peor es que el error puede estar en el principio: en no haber entendido bien lo que los clientes necesitan.
Madrid. Sector industrial tech. Empresas que desarrollan soluciones complejas para clientes B2B en transición digital. El ciclo de venta es largo, el ticket medio es alto, y las relaciones se basan en la confianza. No basta con tener una web bonita o una campaña en LinkedIn. Hay que saber captar la atención de personas que no tienen tiempo y que ya han sido abordadas mil veces. Y para eso, hay que entender lo que realmente les importa. No lo que dicen que quieren. Lo que realmente necesitan.
Luis lleva meses empujando al equipo de marketing hacia la automatización. Se han implementado flujos de nurturing, descargables técnicos, formularios bien pensados. Pero el retorno sigue siendo débil. Y entonces empieza a sospechar que el problema no es técnico, sino simbólico. Que el contenido no engancha porque no nace de un diagnóstico real. Porque se asumió, sin verificarlo, que el cliente buscaba lo mismo que hace tres años. Que las necesidades están claras. Que el buyer persona está bien definido. Pero ¿y si no?
La falsa seguridad de las etiquetas
Luis lo ha visto muchas veces en presentaciones internas: gráficas perfectas, customer journeys impecables, dashboards automatizados que prometen detectar al cliente ideal con precisión quirúrgica. Lo llaman “data-driven nurturing”. Y en teoría, funciona. Se recopilan datos, se clasifican comportamientos, se predicen necesidades. Se activa un correo cuando alguien descarga una guía. Se le etiqueta. Se le envía una secuencia. Todo suena lógico, ordenado, limpio. Como si la máquina supiera mejor que el humano lo que hay que decir, cuándo y cómo.
Pero algo le hace ruido.
Abre GA4 una tarde, casi por intuición. Lo que descubre lo deja inquieto: la mayoría de las visitas duran menos de 20 segundos. Las páginas clave —esas que deberían convertir, informar, nutrir— son vistas de pasada, sin ningún interés real. Algunas ni siquiera son visitadas. El tráfico existe, pero no vive. No se detiene. No respira. Es un espejismo estadístico.
Luis decide comentarlo con su director, un hombre pragmático, curtido en ventas industriales y sin ninguna fascinación por los dashboards de moda. Escucha en silencio, sin interrumpir. Luego, con tono calmo pero firme, suelta: “Si nadie se queda a mirar, si nadie se detiene, entonces no hay deseo. Y sin deseo, no hay venta. La máquina no entiende eso. Nosotros sí.”
Y ahí es donde todo empieza a cambiar.
Luis empieza a sospechar que el problema no es la automatización en sí, sino la ideología que la sostiene. Esa creencia silenciosa de que las máquinas pueden sustituir el vínculo. Que el lead nurturing puede deshumanizarse y seguir funcionando. Como si la eficiencia fuera más importante que la conexión.
Mira entonces los modelos de referencia. Hubspot. Neil Patel. Plataformas que construyen embudos sólidos, llenos de automatismos, pensados para escalar. Pero su duda persiste: ¿y si ese tipo de nurturing ya no conecta con el tipo de cliente que él busca? ¿Y si la saturación de inputs ha hecho que los leads solo respondan a lo que sienten auténtico? ¿Y si el verdadero diferenciador ya no es el funnel, sino la experiencia relacional?
Comienza a explorar otros caminos. Uno de ellos: reactivar el blog corporativo, no como espacio de venta, sino como un canal de confianza. Con artículos pensados para acompañar, no para manipular. Lanza una newsletter mensual, sencilla, sin trucos, donde se comenta un caso real, una duda frecuente, una novedad del sector.
Integra un sistema de tracking para observar el comportamiento real, sin invadir. Y sobre todo, introduce el social selling: acompaña al equipo en LinkedIn, les ayuda a generar conversaciones naturales con sus leads, sin pitchs agresivos ni automatismos absurdos. De fondo, un trabajo constante de social marketing que no gira solo en torno al producto, sino al ecosistema emocional del cliente.
Y ahí, poco a poco, algo cambia. Los leads llegan menos masivos, pero más cualificados. Más receptivos. Más humanos. Porque han sentido que detrás del contenido había alguien que los miraba de verdad. No un bot. No un script. Alguien.
El blog corporativo como un ruido sin sabor
Intrigado, Luis empezó a explorar el blog de la empresa. A primera vista parecía activo, con contenido nuevo cada mes y temas variados. Pero al leer con atención, sintió una desconexión. Los artículos eran demasiado genéricos, excesivamente formales o centrados en tendencias que poco tenían que ver con las ventajas concretas que sus productos ofrecían en el mercado industrial madrileño. Había tráfico, sí, pero no encontraba rastro de empresas relevantes entre los visitantes. El software de tracking no lograba identificar las IP ni cualificar los leads. El blog generaba ruido, pero no diálogo. Contenido sin contexto, visitas sin vínculo, esfuerzos sin retorno.
Si realmente estás viviendo lo que vivió Luis, llámame. Te lo explicaré.
Te mostraré las fallas de tu sitio web y cómo puede convertirse en tu mejor aliado para la prospección. Pero hay trabajo.
La buena noticia es que, a menos que cambies de mercado objetivo, solo hay que hacerlo bien una vez. Luego, basta con afinar y actualizar de vez en cuando, como se cuida a un niño.
Ya no necesitas ni Pipedrive ni Hubspot. Lo que necesitas es una relación de confianza y un acompañamiento serio, discreto, para guiarte durante esta transición tan necesaria como prometedora.
Y, ¿sabes qué? Me conociste a través de mi blog.
Creo que justo ahora… acabas de darte cuenta, ¿verdad?

