Violencias Sutiles: Paralelismos entre la Primera Infancia y la Geriatría

Explora cómo reducir las violencias sutiles en la primera infancia y la geriatría, respetando las necesidades cognitivas y emocionales. Descubre estrategias basadas en el lenguaje no verbal y entornos adaptados para un cuidado más humano.

VEILLE SOCIALEDYNAMIQUE DE GROUPERSE

LYDIE GOYENETCHE

1/9/20254 min leer

violencias sutiles
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Violencias sutiles: paralelismos entre la primera infancia y la geriatría para un acompañamiento respetuoso

En la primera infancia, al igual que en la geriatría, las "violencias sutiles" se refieren a gestos, actitudes o contextos que, sin ser intencionadamente maliciosos, pueden generar estrés, incomodidad o sufrimiento. Estas situaciones, a menudo normalizadas, surgen de las limitaciones organizativas o de las costumbres profesionales. Afectan especialmente a dos grupos vulnerables: los niños pequeños, en pleno desarrollo cognitivo y emocional, y las personas mayores, muchas veces debilitadas por trastornos cognitivos o físicos. Este artículo explora cómo el lenguaje no verbal y los perfiles cognitivos influyen en la percepción de estas violencias y propone formas de reducir su impacto, tanto en estructuras de atención infantil como en residencias para mayores.

Comprender las violencias sutiles: entre percepción y realidad

En ambos contextos, las violencias sutiles se manifiestan con frecuencia a través de situaciones de sobreestimulación o la imposición de normas rígidas. Por ejemplo, imponer un horario colectivo para comer en un espacio lleno de ruido, con profesionales estresados, puede generar una sobrecarga sensorial y emocional. Las consecuencias varían según los perfiles cognitivos.

En los niños pequeños, que perciben el mundo a través de sus sentidos aún en desarrollo, una sala llena de adultos en constante movimiento o con ruido constante puede generar una sensación de inseguridad. Este caos aparente afecta su capacidad para concentrarse, interactuar o calmarse.

De manera similar, en las personas mayores con trastornos cognitivos como el Alzheimer, un entorno caótico puede intensificar la desorientación y la ansiedad. Un simple almuerzo colectivo puede convertirse en una fuente de confusión: demasiados estímulos visuales y auditivos, interacciones rápidas o incomprensibles, y profesionales abrumados que van de una mesa a otra.

El papel del lenguaje no verbal: un idioma universal pero delicado

El lenguaje no verbal, en estos contextos, desempeña un papel central. Los niños o las personas mayores a menudo descifran emociones e intenciones a través de expresiones faciales, el tono de voz y, sobre todo, la postura corporal.

En los niños, adultos de pie, moviéndose rápidamente o hablando en voz alta mientras cruzan la sala, transmiten un mensaje implícito de tensión o urgencia. Esto puede aumentar la agitación ambiental, ya que los niños reflejan instintivamente el estado emocional de los adultos que los rodean. Por el contrario, un adulto a su altura, con gestos lentos y una mirada amable, crea un ambiente tranquilizador que favorece la interacción.

En la geriatría, el lenguaje no verbal adquiere una importancia aún mayor para los residentes con trastornos cognitivos avanzados. Estos pueden no comprender las palabras, pero perciben claramente el tono y la actitud de los cuidadores. Una sonrisa sincera, una voz tranquila y un contacto visual directo pueden aliviar ansiedades difusas. Por el contrario, un tono seco, gestos bruscos o una postura cerrada pueden provocar una reacción de repliegue o defensa.

Perfiles cognitivos: adaptarse para mejorar el acompañamiento

Las violencias sutiles a menudo tienen su origen en el desconocimiento de las necesidades específicas relacionadas con los perfiles cognitivos de las personas atendidas.

En la primera infancia, los niños pequeños tienen una capacidad limitada para regular sus emociones. Su cerebro, aún en desarrollo, lucha por manejar entornos sobrecargados de estímulos. Una sala de comedor ruidosa, con interacciones simultáneas entre adultos y niños, puede convertirse rápidamente en un terreno de agitación. Organizar las comidas en espacios más tranquilos, con menos personas presentes, permite limitar estos estímulos y fomentar interacciones de mejor calidad.

En la geriatría, los trastornos cognitivos alteran la percepción del tiempo, el espacio y las relaciones sociales. Por ejemplo, para una persona con demencia, comer rodeada de varios desconocidos puede percibirse como una intrusión o una fuente de angustia. Ofrecer comidas en espacios más pequeños, con cuidadores que se tomen el tiempo de dialogar suavemente, permite recrear una atmósfera similar a la del hogar.

Crear entornos que respeten las necesidades sensoriales y emocionales

Para reducir las violencias sutiles, es esencial diseñar entornos que respeten las necesidades sensoriales y emocionales de las personas atendidas.

En guarderías, esto puede significar limitar el número de adultos de pie en una habitación, organizar espacios tranquilos donde los niños puedan descansar y reducir los niveles de ruido estableciendo momentos de silencio o música suave. Las herramientas de análisis, como aquellas que evalúan el nivel de ruido, movimiento o llanto, son valiosas para ajustar la organización diaria.

En residencias para mayores, es crucial formar a los equipos para reconocer las señales de sobrecarga sensorial en los residentes. Las comidas en grupos pequeños, con una atención especial a la postura y el tono de los cuidadores, pueden transformar un momento de estrés en una experiencia apacible y agradable. Las unidades protegidas también deben evitar gestos infantilizantes, como dar un vaso de agua sin consultar al residente o hablar de él en tercera persona en su presencia.

Sensibilización y formación: la clave para transformar las prácticas

La reducción de las violencias sutiles pasa por una sensibilización y una formación continua de los profesionales. En ambos sectores, es esencial formar a los equipos para identificar estas violencias sutiles y adaptar sus comportamientos. Esto incluye talleres sobre el lenguaje no verbal, discusiones sobre situaciones concretas y una reflexión sobre cómo el entorno físico y organizativo puede modificarse para responder a las necesidades individuales.

Conclusión: Una vigilancia compartida para un acompañamiento respetuoso

Ya sea en la primera infancia o en la geriatría, las violencias sutiles nos recuerdan que el acompañamiento de las personas vulnerables exige una vigilancia constante. Adaptar los entornos, escuchar el lenguaje no verbal y tener en cuenta los perfiles cognitivos son claves para transformar momentos de estrés en oportunidades de conexión humana. Estos gestos, aunque aparentemente simples, reflejan un profundo respeto por la dignidad y las necesidades de cada individuo.