Cómo el lenguaje no verbal potencia la RSC y la inclusión en las empresas

Descubre cómo el lenguaje no verbal puede fortalecer la cohesión del equipo, fomentar la inclusión y mejorar la calidad de vida en el trabajo. Una herramienta poderosa para los responsables de RRHH y las empresas comprometidas con la RSC.

LYDIE GOYENETCHE

3/4/20255 min leer

LENGUAJE NO VERBAL
LENGUAJE NO VERBAL

La transmisión no siempre ocurre con palabras. A veces, lo más profundo se transmite con una mirada, un gesto, un silencio compartido. En los filmes de Charles Chaplin, el lenguaje verbal casi desaparece, pero lo esencial se comunica con fuerza: la dignidad del trabajo, la fragilidad humana, el humor como resistencia y la ternura como forma de justicia.

En tiempos de transformación social y de responsabilidad corporativa, las empresas —especialmente aquellas del sector de la economía social y solidaria (ESS)— se presentan como espacios donde los valores deben encarnarse, no solo declararse. Se habla de inclusión, de diversidad, de respeto por las diferencias. Pero ¿hasta qué punto estas palabras se convierten en acciones concretas? ¿Cómo se traduce la inclusión cuando se trata de personas con discapacidad cognitiva, aquellas que perciben el mundo de manera distinta, que leen entre gestos más que entre líneas?

Chaplin, en su aparente torpeza, nos recordaba que la humanidad no se mide por la eficiencia, sino por la sensibilidad. Y tal vez sea esta la clave para repensar el lenguaje no verbal como una herramienta de inclusión profunda, más allá de la retórica, más allá del cumplimiento normativo. ¿Estamos realmente preparados, en nuestras estructuras, para acoger la diferencia cuando no se puede disimular? ¿Transmitimos a través de nuestras actitudes lo mismo que afirmamos en nuestros informes de RSC?

En este artículo, proponemos una mirada diferente sobre la inclusión en el entorno laboral: desde el cuerpo, desde los gestos, desde los matices invisibles que hablan más fuerte que cualquier discurso. Inspirándonos en la poética de Chaplin, exploraremos cómo el lenguaje no verbal puede ser una palanca silenciosa pero poderosa para construir una cultura corporativa verdaderamente inclusiva.

Del gesto mecánico al gesto humano: inclusión real en Navarra y Euskadi

En Tiempos modernos, Charles Chaplin interpreta a un obrero atrapado en la lógica repetitiva de una cadena de producción inhumana, donde cada gesto pierde sentido y cada movimiento se convierte en una extensión mecánica de la máquina. Casi un siglo después, en Navarra y Euskadi, el tejido empresarial ha evolucionado hacia formas más humanizadas de trabajo, especialmente dentro del marco de la economía social. Sin embargo, la pregunta permanece: ¿realmente hemos aprendido a ver al ser humano detrás de cada proceso?

Según datos del Observatorio Vasco de la Discapacidad, apenas un 34 % de las personas con discapacidad reconocida en Euskadi están empleadas, y este porcentaje desciende drásticamente cuando hablamos de discapacidad cognitiva o trastornos del neurodesarrollo como el TDAH. En Navarra, el panorama refleja una tensión similar: a pesar de los esfuerzos institucionales, menos del 3 % de las empresas ordinarias acogen a personas con discapacidad intelectual o psicosocial en sus equipos de forma estable y significativa. Estas cifras cuestionan la autenticidad de muchos discursos de responsabilidad social corporativa, especialmente cuando se reducen a informes sin correlato humano.

Para las empresas de la economía social en Navarra y Euskadi —donde la transmisión, la pertenencia y el compromiso territorial forman parte del ADN organizacional—, el reto consiste en encarnar verdaderamente los valores que proclaman. La inclusión no puede depender exclusivamente de protocolos escritos ni de campañas institucionales. Requiere una sensibilidad cotidiana, una capacidad para leer los silencios y los matices del cuerpo. Aquí es donde el lenguaje no verbal deja de ser decorativo y se convierte en una herramienta de escucha profunda. Un gesto que acoge, una mirada que legitima, una pausa que respeta los tiempos del otro: son actos aparentemente pequeños que transforman radicalmente la experiencia de una persona con discapacidad cognitiva en el entorno laboral.

Lenguaje no verbal: una arquitectura invisible para equipos diversos

Hay una escena en Tiempos modernos que duele en silencio. Chaplin, confundido y torpe, intenta apretar tuercas inexistentes incluso fuera de la fábrica, como si su cuerpo ya no supiera vivir sin obedecer al ritmo frenético de la máquina. Su mirada, extraviada, busca algo que no está: un gesto humano, una pausa, un espacio donde respirar sin tener que rendir.

Esa tristeza sorda, casi infantil, que se desliza por su rostro mientras camina sin rumbo, es la misma que a veces se adivina en los ojos de quienes no encajan en los códigos implícitos de la empresa. Personas con discapacidad cognitiva, con autismo, con TDA o con otras formas de habitar el tiempo y la relación, atraviesan a menudo los entornos laborales sin que nadie les haya tendido un lenguaje comprensible. Están ahí, pero no del todo.

En Navarra y Euskadi, muchas empresas del ámbito de la economía social afirman con razón su compromiso con la diversidad. Y, sin embargo, en la práctica, la diversidad invisible queda a menudo fuera del campo visual. Se adapta el horario, pero no el tono. Se flexibiliza el puesto, pero no el ritmo relacional. Se ofrece un acompañamiento técnico, pero no se forma al equipo en comunicación sensorial ni en lectura emocional. ¿Cómo puede sentirse parte de un equipo una persona cuyo modo de leer el mundo no encuentra eco? ¿Qué siente quien no descifra las bromas en la pausa del café, quien se pierde en los dobles sentidos o los gestos irónicos que desbordan los silencios?

El lenguaje no verbal no es solo un adorno. Es una arquitectura invisible donde se construye —o se niega— la inclusión. En las pequeñas cooperativas, en los talleres protegidos, en los proyectos comunitarios, cada gesto puede ser un puente o una muralla. Un saludo cálido al llegar. Una espera sin impaciencia ante una respuesta lenta. Una mano que señala con claridad lo que otros dan por sabido. Todo esto no cuesta dinero. Pero requiere una decisión: estar presente de verdad. Porque una empresa responsable no es aquella que declara la inclusión, sino la que la practica en los espacios más cotidianos, donde los informes no llegan y donde Chaplin aún camina, buscando una mirada que lo reconozca.

Liderar desde el gesto: la transmisión que no se enseña

En El chico (The Kid), Chaplin no interpreta a un obrero, sino a un vagabundo que, sin quererlo, se convierte en padre. Su pobreza material contrasta con la riqueza de sus gestos. No tiene casa, ni reglas, ni recursos.

Pero transmite. Enseña a caminar por la vida sin dejarse aplastar. Cuida. Protege. Abraza sin palabras. Esa figura, tan frágil y tan firme a la vez, dice más sobre el liderazgo que muchos manuales de gestión. Porque liderar, al final, no es dirigir desde el discurso, sino acompañar desde la presencia. Estar ahí. Sentir al otro antes de corregirlo. Percibir lo que no se dice. Recordar que cada trabajador es también una historia en movimiento, y que no todos caminan al mismo ritmo.

En Navarra y Euskadi, donde muchas cooperativas nacieron de una historia colectiva de resiliencia, esta forma de liderazgo encuentra un terreno fértil. Pero también corre el riesgo de diluirse bajo la presión de los indicadores, de las convocatorias públicas, de la profesionalización sin alma. En muchas empresas de la economía social, los equipos directivos están comprometidos, pero desbordados. Se comunican, sí, pero con prisa. Escuchan, pero en modo operativo. Se reúnen, pero con la urgencia del día. Y en ese ritmo, se pierden los matices. Se pierde al trabajador que necesita una pausa más larga para procesar una consigna. Se pierde al compañero que no sabe pedir ayuda, pero que baja la mirada esperando que alguien lo note.

La transmisión de valores no se enseña en un PowerPoint. Se vive. Se modela en cada gesto del líder. Cuando un responsable acepta no tener todas las repuestas, cuando admite su vulnerabilidad, cuando se sienta al lado en lugar de hablar desde arriba, transmite algo esencial: que en esa empresa hay lugar para todos, incluso para los que no encajan en los moldes clásicos. Ese liderazgo sin espectáculo, hecho de detalles, es el que cambia una cultura. Es el que permite que un joven con discapacidad cognitiva se atreva a preguntar. Es el que hace que una persona con ansiedad no tenga miedo de decir que necesita cinco minutos.

Es el que abre espacio para lo humano dentro de lo productivo. Y esa es, tal vez, la forma más elevada de responsabilidad social.