Rituales, espiritualidad y SEO: cómo llevar la voz del alma al mundo digital sin publicidad
Descubre por qué los rituales espirituales responden a necesidades profundas del ser humano, cómo las prohibiciones publicitarias bloquean su difusión, y de qué manera el SEO y el contenido emocional se convierten en el puente legítimo para que guías espirituales, tarotistas y ritualistas encuentren su comunidad en línea
SPIRITUALITE
LYDIE GOYENETCHE
11/28/202511 min leer


El auge de lo esotérico y el gran paradoja digital: un mercado que crece, pero sin derecho a publicidad
En los últimos 10 años, mientras el mundo parecía volverse más racional, más técnico, más automatizado, algo profundamente humano resurgió en silencio: la búsqueda de sentido, de amparo, de respuestas que ninguna pantalla sabe dar. Y ese resurgimiento tiene cifras. En 2024, el mercado mundial de servicios esotéricos en línea —lecturas de tarot, consultas psíquicas, rituales, astrología y guías espirituales— alcanzó cerca de 3 485 millones de dólares, y las proyecciones indican que podría crecer hasta 6 930 millones para 2035, con una tasa anual promedio del 6,4 %. En los segmentos más íntimos, como el tarot y la astrología, el crecimiento es incluso más espectacular: un promedio estimado del 13,2 % anual a partir de 2025, con un mercado que podría superar los 3 000 millones de dólares en menos de una década.
En países donde la palabra “espiritualidad” convive con lo cotidiano —México, Colombia, España— este auge se siente aún más. En Francia, un país que muchos imaginarían más escéptico, las consultas de videncia superan los 15 millones de sesiones al año, generando entre 3,5 y 4 mil millones de euros. El bienestar emocional, lejos de ser una moda, se ha convertido en una necesidad social: un estudio reciente señala que el 87 % de los latinoamericanos confía más en marcas con un tono emocional cálido, y que el 42,9 % de los europeos se declaran “bien informados” y receptivos a las prácticas de bienestar y crecimiento interior.
Los números no mienten: la gente busca guía. Busca luz. Busca un abrazo en medio de la incertidumbre.
Y sin embargo… aquí aparece la mayor paradoja del marketing digital contemporáneo. Mientras la demanda explota, mientras millones de personas consultan a tarotistas, maestras espirituales, astrólogos o ritualistas cada mes, los grandes gigantes de la publicidad —Meta, Instagram, Facebook, Google Ads— les cierran la puerta. “Contenido no verificable”, “riesgo de explotación emocional”, “promesas imposibles de demostrar”: esas son las etiquetas que se aplican de forma automática. No importa si el contenido es profesional, ético, cultural o espiritual; no importa si la práctica es ancestral o si la intención es acompañar. La respuesta es la misma: prohibido anunciarse.
Así, mientras el mercado crece más rápido que la tecnología, el acceso al público se vuelve más estrecho que nunca. Millones buscan, pero quienes pueden ayudarles no pueden promocionarse. La vidente no puede hacer anuncios. El chamán urbano no puede impulsar su página. La guía espiritual no puede utilizar campañas pagadas. Y el ritualista, por más ético que sea, queda excluido del ecosistema publicitario.
Pero aquí está lo hermoso de esta historia: lo esotérico no desaparece porque no tenga publicidad. Al contrario: vuelve a su origen. A lo íntimo. A lo emocional. A lo narrado en una cocina encendida. Y lo que la publicidad prohíbe, el contenido emocional lo devuelve.
Porque Google puede bloquear un anuncio, pero no puede bloquear un vínculo. Meta puede prohibir un ritual,
pero no puede prohibir que una palabra toque un corazón. En un mundo donde lo pagado está restringido, lo humano se convierte en estrategia. Y es ahí donde empieza este viaje.
El gran bloqueo digital
Un mercado espiritual que crece más rápido que la publicidad
En los últimos años, el interés por lo esotérico, lo espiritual y lo simbólico ha dejado de ser un fenómeno marginal. Los informes de mercado más recientes estiman que el sector global de las consultas esotéricas en línea —lecturas psíquicas, tarot digital, astrología, guías espirituales— alcanzó alrededor de 2.800 millones de dólares en 2023, con proyecciones que sitúan este mismo mercado en 5.400 millones de dólares para 2031. Otras estimaciones, basadas en hipótesis más amplias, sitúan la cifra actual cerca de 3.485 millones de dólares en 2024, con un crecimiento que podría llevarla a 6.926 millones para 2035, lo que representa una expansión anual cercana al 6,4 %.
Mientras estas cifras se consolidan, millones de personas siguen acudiendo, en momentos de duda o búsqueda interior, a una tarotista, a un astrólogo, a una guía espiritual o a un ritualista. En Francia, por ejemplo, el sector de la videncia genera entre 3,5 y 4 mil millones de euros al año, con más de 15 millones de consultas anuales. En América Latina, el crecimiento cultural de la astrología y la espiritualidad digital es tan marcado que plataformas enteras se han dedicado exclusivamente a este tipo de contenido. El mercado está vivo, la demanda es real y el público es masivo.
Y lo más importante: ese público está en redes sociales. Facebook, Instagram y TikTok concentran las comunidades espirituales más activas del mundo hispanohablante. Más del 60% de los usuarios latinoamericanos forma parte de grupos de Facebook, y casi el ochenta por ciento de los mexicanos conectados usa Facebook a diario. Instagram sigue una curva ascendente con una penetración cercana al sesenta por ciento y un crecimiento constante entre los jóvenes adultos, precisamente el segmento más atraído por la astrología y las prácticas ritualistas.
El mercado existe, la necesidad existe, y la gente se encuentra en esos espacios. Y sin embargo, justamente ahí empieza el bloqueo.
Los algoritmos no comprenden lo simbólico
Google Ads, Facebook Ads e Instagram Ads no permiten publicitar rituales, consultas espirituales, tarot ni acompañamientos energéticos. La razón no es moral, sino técnica. Para las plataformas, estos servicios pertenecen a la categoría de “prácticas no verificables”, un término que incluye todo lo que no puede demostrarse mediante datos objetivos o resultados medibles. Los algoritmos clasifican las promesas espirituales, los rituales o las lecturas de destino como potencialmente engañosos porque históricamente han coexistido con fraudes o manipulación emocional en algunos casos aislados.
Meta ha registrado, en ciertos informes internos, cientos de miles de reportes anuales relacionados con estafas espirituales o promesas milagrosas. Google bloquea mensualmente cientos de miles de intentos de anuncios que aseguran resultados garantizados en el amor, la suerte o el dinero. La respuesta de los sistemas publicitarios ha sido simple y radical: prohibir la totalidad del sector. El algoritmo no distingue intención, ética ni tradición. Bloquea por prevención, no por comprensión.
El territorio emocional que las plataformas no pueden regular
Existe, además, un segundo nivel de paradoja. El mundo espiritual se sustenta en vínculo, pertenencia, simbolismo y lenguaje emocional. Y estos cuatro elementos son precisamente los que las plataformas consideran áreas de riesgo. En los grupos de Facebook dedicados a la astrología, la brujería blanca, el reiki o el tarot, participan decenas de miles de personas que buscan contención y sentido. Allí se comparten historias íntimas, dudas existenciales y rituales familiares. La gente no entra como consumidores, sino como miembros de una comunidad afectiva.
En esos espacios, un ritual no es un producto; es un gesto simbólico. Una lectura de tarot no es una transacción; es una conversación profunda. Una guía espiritual no ofrece resultados medibles; ofrece presencia. Y esto, que para el ser humano es natural y legítimo, para un algoritmo es territorio incontrolable. Lo emocional no puede ser regulado por reglas automáticas, y lo simbólico no puede verificarse mediante métricas binarias.
Las plataformas temen lo que no pueden medir. Y en la espiritualidad, casi nada puede medirse.
Un mercado millonario silenciado por sistemas que no comprenden su naturaleza
El resultado es un choque de dimensiones históricas. De un lado, un mercado global que supera los miles de millones de dólares, con un crecimiento constante y una necesidad emocional creciente entre las personas que buscan orientación. Del otro, las plataformas publicitarias más poderosas del mundo bloqueando sistemáticamente toda posibilidad de promoción pagada.
El público está en Facebook, en Instagram, en TikTok. Las comunidades espirituales viven ahí. La conversación existe, la demanda existe, la energía se mueve en esos espacios. Pero las herramientas publicitarias están cerradas.
Por eso, para quienes trabajan en lo ritual, lo energético y lo espiritual, el marketing ya no puede apoyarse en la publicidad. Debe volver a la palabra, a la presencia, a la historia, a la cocina encendida donde el contenido emocional reemplaza al anuncio y donde la voz humana hace lo que ningún algoritmo sabe hacer: tocar el corazón.
Por qué los rituales esotéricos responden a raíces antropológicas profundas: cuerpo, seguridad y memoria emocional
El ritual como respuesta humana universal ante la incertidumbre
El ser humano no aparece en el mundo como un ser racional, sino como un ser ritual. La antropología lo confirma desde hace décadas: en todas las culturas, épocas y continentes, los rituales han servido para transformar la incertidumbre en acción y la angustia en estructura. Pascal Boyer lo resume así: «El ritual es una respuesta humana universal frente a lo imprevisible». No importa si se trata de un bautizo, de encender una vela, de trazar un círculo o de colocar tres cartas sobre la mesa: la función antropológica es la misma.
Un estudio de la Universidad de Harvard (Norton & Gino, 2014) demostró que realizar un ritual simple antes de una tarea estresante reduce la ansiedad subjetiva en un 32 % y mejora el rendimiento en un 20 %. Este efecto aparece incluso cuando las personas no creen en el ritual. Esto significa que no es la “magia” lo que calma, sino la estructura del acto: el inicio, la secuencia, la repetición, la corporalidad.
El ritual devuelve un sentido de acción en situaciones donde la persona siente que ya no controla nada. Y todo lo que devuelve acción, devuelve calma.
La primera infancia: el origen neuropsicológico de la necesidad de ritualizar
Las investigaciones en psicología del desarrollo confirman que la necesidad de actos ritualizados aparece muy temprano. Jean Piaget observó que los niños generan rutinas repetitivas para organizar su mundo interior. Estudios más recientes (M. Lewis, 2017) muestran que más del 80 % de los niños entre 2 y 6 años crean rituales personales: ordenar los juguetes siempre de la misma manera, repetir palabras antes de dormir, alinearlo todo en un orden que “les hace sentido”.
Winnicott, en Juego y realidad, explica que estos gestos no son obsesiones sino mecanismos de seguridad. El niño se tranquiliza al crear un espacio que controla, aunque sea pequeño. «No es el objeto lo que protege al niño, sino el campo relacional que crea a su alrededor», escribe Winnicott.
Cuando un adulto enciende una vela para “centrarse”, o cuando baraja un mazo de tarot para “poner orden”, está activando los mismos circuitos psicocorpóreos que el niño que ordena sus peluches antes de dormir: delimitar un espacio físico y emocional para estabilizar su mundo interno.
El cuerpo como frontera contra la angustia: la cognición encarnada
Las ciencias cognitivas encarnadas recuerdan que nunca pensamos fuera del cuerpo. Thomas Csordas (1990) y Francisco Varela (1999) demostraron que la cognición está siempre situada en gestos, ritmos, posturas y respiraciones.
La angustia es un fenómeno corporal: respiración acelerada, tensión muscular, agitación motora. Los rituales son, entonces, respuestas corporales a amenazas invisibles. Mary Douglas, en Pureza y peligro, explica que los rituales sirven para marcar fronteras: separar lo que asusta de lo que protege. Cuando la vida se vuelve incierta —una ruptura, una enfermedad, una pérdida, un conflicto— las fronteras internas se disuelven. El ritual las reconstruye físicamente.
Encender una vela, trazar un círculo con sal, colocar un altar, repetir una frase, quemar una hoja de laurel o pasar un sahumerio no son actos “supersticiosos”. Son actos corporales que vuelven a dibujar un contorno. Crean una frontera espacial, temporal, cognitiva y emocional.
Goffman lo expresó de manera brillante: «Los gestos son balizas que reconstruyen un territorio de identidad.»
Cuanta más angustia, más necesidad de rituales
Los datos sociales recientes lo confirman. Durante la pandemia de 2020, Google Trends registró un aumento de más del 120 % en las búsquedas relacionadas con astrología, tarot y rituales energéticos. Las plataformas de videncia y guías espirituales en línea reportaron incrementos de entre 30 % y 40 % en países de Europa y América Latina. En Francia, uno de cada seis adultos ha consultado al menos una vez a un vidente o médium (Ifop, 2020).
En Latinoamérica, más del 60 % de los adultos afirma creer en una influencia energética o espiritual que afecta su bienestar (Latinobarómetro, 2023). Arthur Kleinman, antropólogo médico, sostiene que «cuanto mayor es la exposición a la incertidumbre, mayor es la tendencia a transformar el sufrimiento en acción».
Es decir: cuanto más intangible es la amenaza, más necesitamos gestos concretos que le devuelvan forma a la realidad. Una acción simbólica vale más que un silencio angustiado. Una acción física vale más que un miedo sin cuerpo. Una acción ritualizada vale más que una angustia sin contorno.
Recomponer un espacio: físico, cognitivo y relacional
Los rituales esotéricos no cambian el mundo exterior. Cambian la manera en que el individuo habita ese mundo. Restablecen orientación, coherencia, ritmo, límite y pertenencia. Las neurociencias muestran que la incertidumbre activa los circuitos de amenaza del cerebro —amígdala, hipotálamo— provocando hipervigilancia. Pero cuando la persona realiza un acto estructurado, aunque sea pequeño, el córtex prefrontal vuelve a tomar el control. La amenaza disminuye. La mente se reorganiza. Los rituales reconstruyen un espacio interior cuando la vida lo desordena. Restituyen un territorio emocional cuando el mundo parece derrumbarse.
Y devuelven cuerpo a lo que el miedo había dejado sin forma. Por eso no desaparecen. Porque no son creencias. Son arquitectura emocional.
Conclusión
Puede parecer razonable que las plataformas digitales prohíban la publicidad de quienes se aprovechan de la fragilidad emocional. En un mundo donde proliferan las promesas imposibles y las manipulaciones afectivas, esa restricción tiene un sentido protector.
Sin embargo, resulta profundamente paradójico que, en nombre de esa protección, se silencien también aquellas prácticas que responden a necesidades humanas tan antiguas como el propio ser humano. Porque la espiritualidad y lo esotérico, lejos de ser supersticiones marginales, se inscriben en la misma raíz antropológica que sostiene nuestra búsqueda de seguridad, de sentido y de pertenencia.
Teresa de Ávila lo sabía bien. En las Terceras Moradas de Las Moradas, describe a las almas que comienzan a ordenarse, a practicar la oración diaria, a establecer hábitos espirituales estables que les dan la sensación de estar firmemente arraigadas. Estas almas cumplen con todo lo prescrito, mantienen disciplina, levantan una arquitectura de prácticas que las estabiliza profundamente. Y sin embargo, dice la Madre, “andan con gran seguridad pensando que ya han llegado”. Creen estar firmes porque sus prácticas las sostienen, pero ese sostén, aunque bueno, es aún inmaduro: es un arraigo tranquilizador, no la plenitud.
Lo que Teresa denuncia no es la práctica espiritual, sino el malentendido: confundir la estructura que calma con la transformación que libera. Ella reconoce que estos actos cotidianos —la oración, la disciplina, el gesto repetido— son necesarios porque “dan concierto a la vida”. En otras palabras, son rituales que contienen al alma, que le ofrecen un suelo bajo los pies cuando todavía no puede sostenerse del todo en Dios. Lo que criticaba no era el ritual, sino la ilusión de autosuficiencia que puede acompañarlo.
Hoy, muchos rituales esotéricos cumplen exactamente esa función antropológica. No son sustitutos de una transformación profunda, pero sí son mediaciones que sostienen. Calman el cuerpo cuando la mente se dispersa. Dibujan fronteras cuando la angustia desborda. Le devuelven forma a lo invisible, tiempo al caos, ritmo al miedo. En un mundo cada vez más intangible, las personas necesitan actos concretos para recuperar un espacio físico, cognitivo y relacional. Es un necesidad ontológica, no una excentricidad contemporánea.
Y aquí se encuentra el verdadero problema de la prohibición publicitaria: al bloquear estas prácticas, las plataformas también bloquean el acceso a mediaciones que forman parte de la historia humana, de su desarrollo psicológico y de su búsqueda espiritual. La necesidad sigue ahí, pero la visibilidad desaparece.
Es en este vacío donde el SEO se convierte en un puente legítimo, ético y profundamente humano. Cuando alguien escribe “rituales para cerrar ciclos”, “cómo calmar la ansiedad espiritual”, “tarot para entender mi camino”, esa persona no está buscando entretenimiento: está formulando una pregunta ontológica. La SERP se convierte entonces en un espejo de la humanidad. Cada mes, miles y miles de búsquedas en español relacionadas con el tarot, la astrología, los rituales o la sanación energética muestran que la necesidad persiste, se renueva, se expande.
Los anuncios están prohibidos. La necesidad, no.
Y el SEO —al permitir que quien busca encuentre— responde a esa necesidad profunda sin manipularla, sin empujarla, sin invadirla. Solo acompaña. Teresa diría que el alma avanza cuando encuentra la palabra justa que la toca. En el mundo digital, esa palabra justa es un contenido honesto, cálido y bien posicionado.
Un contenido que no empuja, sino que abre una puerta.
Una puerta que permite, como en las Moradas, pasar de un lugar seguro… a un lugar verdadero.


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