Cuando el lenguaje arde: del símbolo a la llama del compromiso

Una meditación encarnada sobre el lenguaje como lugar de tensión, símbolo y encuentro, donde el alma se abre al Verbo en medio de la noche. El lenguaje como lugar de encuentro y de enlace permanente.

SPIRITUALITE

LYDIE GOYENETCHE

5/5/20255 min leer

noche oscura
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Un blog de consultor también puede ser un espacio de profundidad

Un blog de consultor es también un blog de profundidad. Así que, por una vez, les comparto algo distinto a lo de siempre: ni KPIs, ni análisis de negocio, ni casos concretos de empresa... Y sin embargo, comprender lo que sigue es fundamental para mejorar la comunicación intra-personal en los equipos y también en la relación con los clientes.

Cuando el sagrario se traslada a la red

Durante mucho tiempo me sorprendió la soledad de la Presencia en esas iglesias francesas vacías. Mientras tanto, en internet, miles de búsquedas se hacen cada día, como si tantas almas anduvieran a tientas, buscando algo. Un día comprendí que quizás era hora de trasladar el sagrario a la red. No por irreverencia, sino para que quien entra, incluso sin saberlo, pueda encontrarse con una Presencia que le espera.

El niño, el perro y el poder del vínculo

Antes de invitarte a una contemplación más mística sobre el corazón del lenguaje, quiero compartir una escena que viví durante una formación en atención a la primera infancia.

En ese curso, se hablaba mucho del desarrollo psicoafectivo y de la importancia del lenguaje. Así que, como buena aprendiz, decidí profundizar el tema jugando con un niño de tres años. Jugábamos a hacer los animales, con rugidos, ladridos, aullidos... Hasta que, como hacen tantos adultos, quise enseñarle "mis" palabras. Señalo un perro y digo con entusiasmo: "perro". Él me mira y contesta con firmeza: "bicho". Insisto: "No, perro". Él: "Bicho". Suspiro, me quedo sin argumentos, y entonces, con toda la autoridad del mundo, se pone de pie, manos en las caderas, y me dice:
—Papá dijo bicho.

Fue ahí cuando lo entendí de verdad: la relación con el lenguaje nace de un vínculo afectivo estable, tranquilizador, coherente, repetido. No aprendemos palabras como etiquetas, las aprendemos como gestos de amor, como signos de confianza.

El lenguaje: tensión y acto de presencia

Muchas veces pensamos que el lenguaje es solo un medio para comunicarnos, como una carretera para transportar ideas. Pero no es así. El lenguaje es la forma en que nos relacionamos con el mundo, con nosotros mismos, con los demás. Es lo que nos permite dar sentido, sentirnos alguien, abrirnos a la presencia del otro. Donde hay palabra, hay tensión: porque decir algo es ya elegir, posicionarse, entrar en una historia. La palabra no es neutral, es un acto.  Entonces si donde hay palabra hay tensión, es normal que la unión con el Verbo ponga el alma en una tensión permanente de amor incandescente hacia Cristo, hacia la Trinidad, como lo cantan santa Teresa y san Juan de la Cruz.

Ricœur y los símbolos que nos piensan

Lo que Paul Ricœur llamaba “el símbolo da que pensar” no era una frase bonita, era una verdad profunda. Los símbolos no se explican: se viven, nos abren, nos transforman. Un abrazo, una cruz, un silencio sostenido... pueden ser más poderosos que un discurso. Porque nos tocan en un lugar invisible. Los símbolos no vienen después de las ideas: son la fuente de sentido. Nos conectan con lo colectivo, con lo ancestral, con lo que no se puede decir fácilmente.

Del símbolo al soplo: Ricœur, Aboulafia y san Juan de la Cruz

La visión simbólica del lenguaje que desarrolla Paul Ricœur encuentra un eco profundo en la mística hebrea de Abraham Aboulafia. Para ambos, la palabra no es un simple instrumento de comunicación, sino una puerta que se abre hacia lo invisible, hacia un sentido que desborda toda definición. Ricœur dice que “el símbolo da que pensar”; Aboulafia, por su parte, enseña que las letras hebreas, al ser contempladas, vocalizadas y respiradas, permiten al alma entrar en comunión con la Presencia. En los dos casos, el lenguaje no se limita a describir el mundo: lo transforma desde dentro. El que habla es hablado.

Y aquí es donde san Juan de la Cruz se une al canto: en sus poemas más desnudos, el alma es llevada por una palabra silenciosa, una presencia ardiente que no necesita explicarse. Como Aboulafia, utiliza imágenes del cuerpo y del fuego; como Ricœur, sabe que el símbolo es más profundo que el concepto. Hablar, entonces, es consentir a ese soplo que nos precede y nos envuelve. El lenguaje, cuando se habita, no separa: une. No describe: revela. No controla: transforma.

Casper: cuando el compromiso nos llama por nuestro nombre

Según el filósofo Casper, el compromiso no nace de una decisión racional. Nace de una palabra que nos toca. Muchas veces, no elegimos comprometernos: es el mundo que nos llama a través de una experiencia, de un gesto, de una palabra que nos nombra. Y esa palabra no siempre es bonita o fácil. A veces es una herida, un grito, una ausencia. Pero resuena.

Para Casper, el lenguaje es anterior a nuestra conciencia: no es algo que usamos, sino algo que nos atraviesa. Nos constituye. Nos empuja a responder. Comprometerse es, en realidad, responder a un mundo que ya nos ha hablado.

Elegir un mundo al hablar

Así, hablar no es simplemente comunicar, sino elegir un mundo. No es lo mismo decir “compromiso” en un informe de RSC, en una declaración política o en una carta de amor. Las palabras no flotan en el aire: llevan el peso del mundo que las hizo nacer.

Lenguaje sin carne, empresas sin alma

Y cuando el lenguaje se vacía, cuando se vuelve demasiado correcto, demasiado limpio, demasiado normativo, se rompe el vínculo. Porque no se puede amar, ni actuar, ni confiar, en un mundo sin carne. El lenguaje es lo que da cuerpo a la realidad. Por eso, las marcas que tocan son aquellas cuya palabra está habitada, no aquellas que repiten los términos de moda.

Cassirer y el lenguaje como forma de conocer

El filósofo Ernst Cassirer decía que el lenguaje no es un simple instrumento de comunicación, sino un elemento constitutivo del mundo humano. No refleja la realidad: la construye. Vivimos en un universo simbólico: los mitos, el arte, la religión, la ciencia, y sí, también la empresa, son lenguajes que organizan nuestra manera de ver el mundo.

Palabras que alojan, palabras que sanan

El compromiso nace muchas veces de ese cruce entre una herida y un relato. Entre un silencio vivido y una palabra que lo nombra. Lo que Casper llama la "fuerza de habitación" de una palabra: esa capacidad que tienen ciertas palabras para alojarnos dentro. La palabra se vuelve casa. Se vuelve eco. Se vuelve lugar de resonancia.

Verbum Domini: cuando el lenguaje es alianza

La tradición cristiana nos recuerda esto con fuerza. En Verbum Domini, Benedicto XVI escribe: “La novedad de la Revelación bíblica consiste en que Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros”. El lenguaje, entonces, no es solo humano. Es una huella de lo divino. Toda palabra, por sencilla que sea, guarda algo de ese llamado. Hablar, desde esta perspectiva, es siempre responder.

Mística encarnada: entre cazuelas y silencios

La mística no es una huida. Es una encarnación. Lo decía Teresa mientras fregaba el suelo: entre las cazuelas, Dios también anda. No hace falta salir del mundo para encontrarse con el Verbo. Basta con estar presentes. Habitar el lenguaje. Y dejar que algunas palabras, humildes, heridas, o llenas de ternura, nos transformen.

Del storytelling al gesto de verdad

Así, incluso en el marketing, incluso en la empresa, incluso en la consultoría... las palabras que elegimos no son neutras. Pueden ser herramientas. Pero también pueden ser umbrales. Lugares de encuentro. Y quizás, de revelación.